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Agosto 2010

Cómo tratar a los ancianos: Respeto, atención, cariño e integración en la vida de cada día

Fuente: consumer eroski

Se nos decía que nos convertimos en adultos sólo cuando nos quedamos sin padres, cuando perdemos su referencia y debemos buscarnos un espacio independiente en el mundo

El problema que para las familias suponen las personas de edad avanzada se plantea incluso en lo más elemental: no sabemos ni cómo referirnos a ellas. Tercera edad, personas mayores, viejos, abuelos, ancianos... Cada expresión tiene sus connotaciones, la elección no es baladí.

En el fondo, este problema de denominación manifiesta la incertidumbre que padecemos ante los grupos socialmente menos favorecidos, o marginados de la vida cotidiana. ¿Dónde los colocamos? ¿Cómo los valoramos? ¿Cómo los tratamos? ¿Qué hacer para que no se automarginen, para que intervengan en el devenir de la sociedad? Un matiz importante: este desconcierto ante el fenómeno de la vejez lo muestran las familias y las generaciones más jóvenes, pero también las propias personas de edad avanzada.

Convengamos en que la imagen que sobre la vejez trasmite las sociedades económica y socialmente desarrolladas dista mucho de resultar atractiva o envidiable. En parte, puede explicarse por la decepción de contemplar que se va perdiendo el sitio, el protagonismo, el poder físico, intelectual, sexual, económico, laboral¿ Es una situación, aceptémoslo, compleja, con aspectos objetivamente negativos y difícil de ser percibida como deseable. Y más en un mundo en que el deseo se ha erigido en el motor de la vida económica e incluso en móvil de decisiones en el espacio de lo personal.

La sociedad excluye a los ancianos y ellos mismos parecen en muchos casos dispuestos a arrinconarse en el furgón de cola, el de los menos activos. Desde esas dos dimensiones complemetarias debemos contemplar la situación: qué podemos hacer por el colectivo de los viejos y qué pueden hacer ellos por sí mismos. Para empezar, una de las asignaturas pendientes de esta sociedad que envejece a un ritmo que demógrafos, economistas y psicólogos no dudan en calificar de preocupante, es cómo cambiar la imagen del envejecimiento, paso indispensable para que tanto las personas que entran en esa fase vital como la sociedad en general modifiquen sus actitudes ante los ancianos.

El mito de la eterna juventud, una trampa sin salida

Cuando alguien, refiriéndose a una persona mayor, dice: "qué bien, qué joven está", implícitamente está afirmando que lo bueno, en realidad, es ser joven. Lo demás son apaños. Está manifestando que lo que se aprecia socialmente es la juventud, y que ser viejo no es un valor, sino casi un defecto. Otra frase reveladora: "En mis tiempos¿", da a entender que su oportunidad, su sitio, ya han pasado: que no hay un hueco relevante para los ancianos. Poco a poco, se va asentando la presunción, cuando no la convicción, de no pertenecer a esta época. Así, la persona mayor se siente excluida y cada día confirma que va perdiendo relevancia social.

Pero ser viejo tiene sus cosas positivas. Sin ir más lejos, sentirse protagonista de su propia evolución como persona y, más que nunca, un importante miembro de la comunidad a la que pertenece. La sociedad, no lo neguemos (¿cuántas películas de TV o cine, anuncios, o pases de modelos tienen por protagonistas principales a personas mayores?) discrimina a los viejos, pero éstos también tienen alguna responsabilidad en tanto que, a veces inconscientemente, participan activamente ("eso es cosa de jóvenes, que decidan ellos") en este proceso de segregación y desconsideración de los mayores.

¿Qué hacer para integrar a los ancianos en la vida cotidiana?

En primer lugar, trasmitir a la sociedad en su conjunto las necesidades de los viejos, qué piensan, cómo se sienten. Todos deberíamos saber que es una situación que nos va a llegar, no podemos seguir mirando a otro lado, y negarnos a nosotros mismos que nos acercamos, o que ya hemos llegado a la Tercera Edad.

Es difícil, porque los intereses de mercado han instalado el mito de la juventud y han dictado que esa fase de nuestra vida, efímera por definición, debe perdurar indefinidamente. Cada arruga es una herida que debemos ocultar, en lugar de la feliz constatación de que seguimos viviendo, disfrutando de nuestro crecimiento personal y de otros placeres anteriormente desconocidos o insuficientemente valorados.

Una decisión personal

En realidad, ¿qué es ser viejo? La mayoría de las definiciones subrayan los aspectos deficitarios, negativos: la vulnerabilidad, la propensión a las enfermedades, la progresiva marginación, el acercamiento de la muerte. El envejecimiento es un hecho ineludible, pero el considerarse agotado, en régimen de bajas revoluciones y al margen de las cuestiones que afectan a la sociedad en su conjunto, es una opción estrictamente individual.

Cada persona decide paulatinamente, a veces por simple hastío, otras por convencimiento, que reducirá drásticamente su ritmo vital, que no hará deporte, ni aprenderá informática, ni viajará, ni practicará el sexo¿ En otras palabras, cada uno, en decisión personal e intransferible, establece cuándo "es viejo para...". No es lo mismo un jubilado que sigue con sus paseos y acude regularmente a la piscina, sigue la actualidad leyendo diarios, frecuenta a sus amigos y familiares, va al cine o al teatro, juega al ajedrez, participa en un taller de escritura, milita y colabora en una ONG o partido político, que otro cuyas únicas actividades reseñables son dormir, ver la TV, jugar a cartas y quejarse de sus enfermedades ante sus compañeros pensionistas.

Integrar a los mayores

En octubre de 1.999 se inauguró la conmemoración del Año de las Naciones Unidas de las Personas Mayores, bajo el lema "Una sociedad para todas las edades".
Se trabajó para que se partiese de una sociedad con un "diseño para todos"; crear y producir pensando en todas las personas y tener en cuenta las necesidades o dificultades específicas de todas aquellos que no cuentan con toda la capacidad, autonomía o habilidad física, psíquica o sensorial que se suponen habituales. Un diseño que debiera generalizarse en todos los ámbitos de la vida cotidiana, pública y privada.

Pero este "diseño para todos" deberá ser, ante todo, una filosofía basada en la igualdad de derechos de todas las personas. Ha de incluir además una consulta previa a los posibles usuarios, ya que son éstos quienes están en mejores condiciones de señalar sus necesidades y las dificultades y limitaciones con las que se encuentran.

Respeto, atención y cariño son los tres principios básicos en la relación con nuestros mayores. Respeto a su momento psicofísico, a su ritmo propio, a sus valores y concepciones, a sus comportamientos, a sus deseos y querencias, a su propia organización de la vida. Ello no implica estar de acuerdo siempre con ellos cosas y habría que distinguir dónde está la frontera entre lo que estos desencuentros afectan a la vida de los no mayores. El consenso es la fórmula más deseable. De todos modos, los mayores tienen derecho a elegir cómo quieren vivir, porque inmiscuirnos e imponer nuestros criterios equivale a un abuso de poder y a una falta de respeto a su libertad.

La atención al anciano será siempre desde una escucha abierta, positiva y sin juicios de valor ni prejuicios. Esta atención lleva implícita la dedicación de un cierto tiempo para escuchar cómo está esa persona mayor, cómo vive, qué quiere, qué le gusta, cómo percibe sus recuerdos y experiencias. Esta actitud es muy diferente a la de "oir las batallitas del abuelo". La escucha de la que hablamos es humana y está teñida de aprecio, consideración, cercanía y acompañamiento.

Ya en el último de los tres principios citados, el cariño debemos proporcionárselo a los mayores en grandes dosis, porque en esta edad se valora más que nunca el afecto, la sensibilidad que dejamos escapar a menudo por la servidumbre que mostramos ante la seriedad, el trabajo, el sagrado concepto del deber, los prejuicios, la timidez y la vergüenza. Pero no nos referimos a un cariño ensimismado o ñoño, sino más bien a ese cariño que se trasmite a través de ese interés por lo que les ocurre a nuestros mayores, por el respeto, la escucha, ese tiempo de dedicación... y que se traduce en nuestros gestos, nuestra mirada, nuestro tono cálido a la hora de dirigirnos a ellos. Y también, por qué no, el cariño manifestado mediante la caricia: esa mano que se posa, que presiona, que agarra, ese abrazo que funde la distancia y ese beso que hace sentir que no se está solo y que se es querido y valorado.

Mucho diálogo

El diálogo y la solidaridad intergeneracional son los resortes insustituibles para promover el aprovechamiento de la riqueza cultural de las personas de edad avanzada y la mejora de su autoestima, además de para sentar las bases de una óptima integración de los mayores en la sociedad. Ser mayor no debe constituir un obstáculo para ser feliz. El camino deseable sería ir hacia una envejecimiento saludable, porque hacernos mayores (¿cuándo empezamos a ser realmente unos viejos, a los sesenta, a los setenta... y por qué?) no es sinónimo de enfermedad, y uno de los retos de nuestra época es vivir más, pero también mejor.

Independientemente de la edad cronológica de un individuo, su "interés por la vida" es el factor clave de la existencia y no sólo depende de esa persona, sino también de las redes sociales en las que funciona su vida. Las relaciones con las personas mayores han de estar enmarcadas en ese principio de solidaridad e interés por lo que les ocurre. Hemos de aportar lo mejor de nosotros mismos y adquirir la destreza de transformar las dificultades en posibilidades de mejora. Esto es, en percibir los problemas como oportunidades y como medios de superarnos como personas.

La madurez de la experiencia nos dice que las barreras que surgen a lo largo de la vida no pueden impedir nuestro desarrollo; al contrario, representan una invitación a replantearnos los límites de nuestra creatividad o como diría P. Freire a darnos cuenta de que somos seres en transformación y no en adaptación. A ser conscientes de lo devastador de los enfados y de las actitudes negativas y pesimistas.

Modificacion de los conocimientos sobre accidentes en el hogar en los adultos mayores

Fuente: portalesmedicos.com
Autores: Lic. Tania Lobaina Mustelier, Dr. Roberto Felipe Nicot Cos.

Resumen

Se realizó un estudio de intervención comunitaria con asistentes del Hogar de ancianos “América Labadí” de la provincia Santiago de Cuba sobre accidentes en el hogar, con el objetivo de modificar sus conocimientos sobre los accidentes en el hogar de los adultos mayores institucionalizados.

El universo estuvo constituido por los 40 asistentes del Hogar de ancianos “América Labadí” que cumplieron con los criterios de inclusión para el estudio, a los que se les aplicó un programa de clases de 16 horas, 8 horas por mes, 2 horas semanal, evaluando la modificación de los conocimientos antes y a los 6 meses de concluida la intervención. En todos los cuadros donde existieron condiciones para su aplicación se utilizó la prueba de Mc Nemar, para una significación de p< 0,05. Se concluye que se logró modificar el nivel de conocimientos en los asistentes estudiados sobre los aspectos relacionados a los accidentes en el hogar de los adultos mayores, fundamentalmente en aquellos lugares donde más se producen, quedando preparados como activistas en estos temas con el resto del personal de la institución. Se recomienda extender este tipo de estudio a al resto del personal del Hogar de Ancianos “América Labadí” por la importancia que posee en los adultos mayores institucionalizados.

Introducción

Para el adulto mayor institucionalizado en los hogares de ancianos, su hogar, es precisamente ésta institución.
Su familia, los otros adultos mayores y todo el personal médico y paramédico que allí labora en función constante, de su bienestar físico y espiritual, sin tratar de suplir su verdadera familia, pero que en la mayoría de los casos, deberá asumir éste papel por tiempo indeterminado, velará por que no le ocurran los fatales accidentes, tan comunes en ésta etapa de la vida, por lo tanto deberán estar preparados para prevenirlos y evitarlos.

El envejecimiento debe ser comprendido como un proceso individual de adaptación a las variables condiciones provenientes del desgaste del propio organismo, del medio o de ambos, cuyo carácter depende de cómo se encaren y resuelven los problemas en el validismo y su estrecha relación con los accidentes.

Los accidentes, es un problema frecuentemente ignorado por los adultos mayores, la familia y en algunos casos, los mismos médicos, sin embargo cuando el paciente o la familia lo mencionan se describe como caídas accidentales, desmayos, pérdidas repentinas del estado de conciencia o como pérdida súbita de la fuerza en las piernas. Hay que tener en cuenta que muchos pacientes ocultan tales accidentes para evitar ser restringidos en su vida cotidiana.

Una tercera parte de las personas mayores de 65 años que viven en la comunidad se caen por lo menos una vez al año, siendo más frecuente en mujeres y personas institucionalizadas. Caída se define como el desplazamiento del cuerpo en forma inadvertida y súbita hacia un plano inferior con relación a la presencia de uno o varios factores, con o sin pérdida del estado de conciencia o lesión.

Más de la mitad de las caídas llevan a algún tipo de lesión. Aproximadamente una de cada diez caídas llevan a lesiones serias (fracturas, luxaciones, etc.), que pueden generar complicaciones importantes (inmovilidad prolongada, etc.).

Las cuestiones sobre los accidentes en el hogar, cobran gran significación en la tercera edad, pues los cambios fisiológicos que acompañan al envejecimiento acusan, en un buen número de ancianos, deficiencias funcionales en diversos órganos del cuerpo, que conducen a la disminución de la función sistémica del organismo, por lo general vinculadas a las múltiples enfermedades que padecen y muy relacionada con los mismos.

El envejecimiento es una de las pocas características que nos unifican y definen a todos en un mundo pleno de diversidad y tan cambiante. Lo mismo ocurre con los accidentes en el hogar y las caídas, son factores que van siendo comunes en el acelerado envejecimiento poblacional que se transita.

Las estadísticas mundiales, demuestran que en los últimos años las tasas de morbilidad y letalidad por accidentes van en aumento al igual que ocurre con las enfermedades vasculares. Según la Organización Mundial de la Salud, los accidentes domésticos son la tercera parte de los accidentes que se reportan como productores de lesiones y muertes. Algunos estudios demuestran que la cifra de lesionados por este tipo de accidente es 5 veces superior a los ocasionados por el tránsito.

Es muy importante la revisión de diversos medicamentos potencialmente causantes de hipotensión y por ende predisponentes para la presencia de caídas, entre los más importantes están los antihipertensores, los diuréticos, los medicamentos bloqueadores autonómicos, los antidepresivos, los hipnóticos, los ansiolíticos, algunos antiinflamatorios no esteroides (AINES) y los medicamentos psicotrópicos.

El hogar es el ámbito en que es mayor la exposición a estos riesgos de caídas o accidentes. Con tasas mucho más reducidas en relación a las caídas, se encuentran otros accidentes del hogar como las quemaduras, intoxicaciones, golpes y heridas, entre otros. Estos accidentes aumentan significativamente en los adultos mayores que viven solos, o acompañados de personas que no puedan brindarle ayuda o apoyo ante diferentes situaciones.

Todas las personas sanas van acumulando calcio durante el transcurso de su vida hasta los 30 a 35 años, etapa en que se posee la cantidad máxima de este mineral en los huesos. A partir de esta edad decrece. 24-26 En las mujeres éste proceso se acelera con el cese de la función ovárica (menopausia) y en los hombres se presentan también algunos cambios alrededor de los 40 a los 50 años, pero ya cerca de los 70 años las diferencias entre ambos sexos son menores pues se produce otro tipo de trastorno: la osteoporosis de la senectud, cuya huella más visible son las fracturas óseas, generalmente producidas por accidentes dentro del hogar. Se suma a ello las discapacidades propias de la edad, como la disminución de la visión y la audición, la dificultad para mantener el equilibrio, entre otras.

En síntesis, los factores de riesgos de caídas o accidentes en los adultos mayores se pueden agrupar en:

Factores intrínsecos

-
Desacondicionamiento físico
- Enfermedades que alteren la marcha o el balance (ejemplo: Parkinson, historia de enfermedad cerebral, artritis, etc.)
- Hipotensión postural
- Probable enfermedad aguda/caída premonitoria (Infección, desequilibrio hidro-electrolítico)
- Trastorno visual o vestibular
- Cardiopatía

Cuando el anciano es un engorro

Autora: Carmen Morán, 2010
Fuente: El País

El maltrato a mayores es la violencia doméstica menos detectable
Sentimiento de culpa, la falta de fuerzas para rebelarse y trabas culturales frenan las denuncias

El maltrato a los ancianos ha sido el último descubrimiento dentro de la violencia familiar, y en una sociedad como la actual en la que es rara la causa que no tiene un cumpleaños, hubo que esperar hasta 2006 para que se proclamara una fecha, el 15 de junio, como día mundial para la toma de conciencia contra los abusos a mayores.

La dificultad para detectar estas conductas agresivas, o negligentes, permite dudar a los expertos sobre la exactitud de la incidencia del maltrato, que en el mundo se sitúa alrededor de un 3%. Si se tiene en cuenta lo que contestan los ancianos, en España puede hablarse de un 0,8% en general (unas 60.000 víctimas), pero si se trata de mayores con gran dependencia el porcentaje sube hasta el 2,9%, o sea, como en el resto del planeta. Pero las dudas de los expertos siempre se matizan en la misma dirección: hay más de lo que se ve y de lo que detectan los protocolos, aún incipientes. Y en ello abundan las respuestas de los cuidadores, un 4,6% reconoce que ha tenido hacia el mayor conductas de maltrato. Todas estas cifras salen del último y más completo estudio, el de Isabel Iborra para el Centro Reina Sofía, donde se detallan las cinco formas de maltrato a ancianos: físico, psicológico, negligencia, abuso económico y abuso sexual.

El abuso económico es el más frecuente aunque no se le presta mucha atención. "El agresor utiliza el dinero de la víctima sin su consentimiento, le obliga a modificar el testamento, a cambiar de nombre la vivienda", relata Isabel Iborra, que es psicóloga forense y coordinadora científica del Reina Sofía. El perfil del agresor, en estos casos, es el de una persona que depende de la pensión del abuelo. Paradójicamente, la víctima no se rebela, porque sabe que, de hacerlo, el agresor caerá en cierto desamparo.

¿Quiénes son estos agresores que tanto sentimiento despiertan en sus víctimas? La pareja y los hijos. Hombres y mujeres mitad por mitad. Seis de cada diez agresores tienen más de 64 años y cuatro de cada diez tienen algún problema físico. Más de la mitad sufre estrés.

La negligencia y el maltrato psicológico siguen en frecuencia al abuso económico. Bajo la negligencia se enmarcan ciertas conductas como proporcionar dosis inadecuadas de medicación (por exceso o por defecto) o una medicación errónea, privar de las necesidades básicas (alimentación, higiene, calor, ropa adecuada al clima, asistencia sanitaria, etcétera) o el abandono. Y el maltrato psicológico se presenta bajo acciones de rechazo, insultos, terror, aislamiento, gritos, humillaciones, amenazas, se les ignora o se les priva de afecto.

Son situaciones que cualquiera puede detectar en su entorno, el problema es que estas formas de agresión no se identifican como maltrato, como tampoco se consideraba tal el desprecio en sus múltiples variantes de los hombres hacia sus parejas antes de que se definiera certeramente la violencia machista.

"Los mayores no reconocen el maltrato por tabú y porque no lo ven, porque sus vidas han sido muy duras y están acostumbrados en cierta medida. Otros sienten culpabilidad porque son sus hijos y ellos, piensan, los han educado así. La culpabilidad es grande. El qué habré hecho yo para que me traten así", explica Isabel Iborra, que es en la actualidad representante por España de la Red Internacional para la Prevención de los Abusos a Ancianos (Inpea, en sus siglas inglesas).

"El reconocimiento social del maltrato no siempre es exacto, no lo distinguen a veces ni los trabajadores sanitarios o sociales, y sí, es un tabú", coincide María Teresa Bazo, catedrática de Sociología de la Universidad del País Vasco.

Esta experta apunta las dificultades que ha habido para definir protocolos de estudio a partir de los cuales unificar la incidencia del maltrato hacia los mayores, pero también las trabas culturales que han lastrado el reconocimiento social, familiar, de estas agresiones. "El propio maltrato físico, que sería en principio más detectable, no siempre lo es, porque las circunstancias de los ancianos a veces inducen a error". Se refiere, por ejemplo, al moratón que puede salirle en un brazo a una persona mayor por el simple hecho de agarrarle fuerte para evitarle un resbalón.

Bazo, que antecedió a Iborra como representante en la Inpea, asegura que el maltrato a estas personas es completamente "internacional e interclasista". Son los modelos de atención a la vejez los que determinan algunas características propias. Por ejemplo, en España, los abuelos están atendidos sobre todo, en casa. Tan es así, que una de las amenazas clásicas, en el apartado de maltrato psicológico, es el ingreso forzado en una residencia geriátrica. También en esos centros se dan situaciones de abuso que recaen, claro, entre los profesionales.

Y esa atención en casa, propia de los países mediterráneos, está complicando las situaciones de maltrato, como empiezan a detectar los profesionales. Porque cuidar a un anciano con graves problemas de dependencia no es sencillo y "las familias no siempre tienen los recursos emocionales, intelectuales, morales o económicos", dice María Teresa Bazo. Y las ayudas públicas no son suficientes en casos así.

En situaciones como ésas, las familias muchas veces se encuentran desbordadas y en una situación ambivalente que da cobijo al amor y al odio a partes iguales. "El familiar, que lleva años haciéndose cargo del anciano, siente cariño hacia él, es su padre, o su madre, pero también está al límite; ha tenido que dejar el trabajo, perdido la libertad, los amigos; por eso, cuando el anciano muere, la sensación de culpa es grande. Es entonces cuando reconocen y lamentan los gritos, los empujones, las malas respuestas, las broncas", explica Jesús Miranda, profesor de Psicología en la Universidad de Málaga.

Es entonces cuando afloran los malos tratos pasados. Y la situación cada vez es más frecuente, o, al menos, se percibe con más claridad, entre otras cosas, porque es más usual elaborar el duelo con la ayuda de un profesional.

Los cuidados de un niño que nace también roban parte de la vida, del trabajo, las salidas con amigos, las costumbres. Pero los hijos dan afectividad y los cuidados tienen un límite, van decayendo a medida que crecen. Con los ancianos es justo al revés. "Lo que en principio se ve como una situación de emergencia, cuidar al padre, resulta que se va alargando durante años, no se le ve el fin; y encima la relación de afectividad se va perdiendo cuando merman las facultades del anciano. Antes era una persona que hacía cosas, que interactuaba con la familia, pero con el tiempo se va convirtiendo en un engorro", prosigue Jesús Miranda. Cuando la pérdida de libertad se hace insoportable, "la única salida es el fallecimiento. Pero entonces aflora la culpabilidad porque, a la vez que la pena, se siente cierta sensación de alivio". Se sienten mal porque se sienten bien, sería el resumen.

"Todos esos malos tratos se están dando, son situaciones casi naturales, reacciones ante situaciones límite. Y va a más porque se vive más tiempo y no siempre en las mejores condiciones. Por otro lado, el que cuida tiene una sensación de recorte en su libertad que en otras épocas no se tenía. Estamos acostumbrados a tener más, por tanto, percibimos más pérdida", afirma Miranda, que dirige un máster sobre orientación psicológica para intervención en casos de emergencia y catástrofes.

Juan Muñoz Tortosa, profesor de Psicología de la Universidad de Granada, ultima un libro titulado ¿Están maltratados mis padres? Pilares de la violencia oculta, donde analiza los sostenes de estas agresiones. Está convencido de que el maltrato está aumentando, que "hay muchas personas que ya lo están sufriendo aunque permanece oculto". "Los cuidadores placer al principio dando más de lo que reciben, pero a la larga se entra en conflictos de intereses y motivaciones y las necesidades del anciano pueden devenir una losa para el que le cuida. Es ahí donde se inicia la espiral de violencia", dice. Pero Muñoz Tortosa advierte que muchos cuidadores están sobrepasados por las circunstancias y no todos maltratan, sin embargo. Opina que entre el agresor y la víctima hay, muchas veces, una relación de codependencia.

Este profesor explica que el asunto, en todo caso, adolece de una "debilidad metodológica" que no favorece aún estudios estadísticos en profundidad. "Ni siquiera existe una definición consensuada de este maltrato", lamenta.

En efecto, el maltrato a ancianos, como el de niños o mujeres, se da en la intimidad del hogar, una rémora para que estas agresiones salgan a la luz y reciban la condena pública que llame a la puerta de la política. Entre cinco y siete de cada ocho casos de maltrato no se detectan, según una guía que acaba de editar el Ayuntamiento de Madrid para prevenir estas conductas. "Hay leyes de protección de los menores, pero no de ancianos, faltan medidas para protegerlos", pide Muñoz Tortosa.

En 1997, la horrorosa muerte de Ana Orantes, quemada viva por su marido en Granada, fue la pesadilla que despertó la conciencia social y política. Y qué decir del trauma colectivo que generan los abusos contra los menores. No ha habido un caso así entre los ancianos. Son víctimas que no se rebelan, que van a menos. "Lo común es el maltrato continuado e indetectable, personas atemorizadas en casa sin contacto social ni comunicación con el exterior. No hay llamadas telefónicas, nadie los ve. Todo ello deriva en una falta de conciencia real, que no se perciben como un problema social y por tanto, tampoco como un problema político", describe María Teresa Bazo.

En 1870 se contempló en Gran Bretaña el maltrato infantil como un problema social, aunque hasta los años sesenta del siglo pasado no comenzó a investigarse sistemáticamente; en los setenta se hace visible la violencia entre cónyuges y se afianza el término de violencia doméstica en los ochenta. Después vendría el maltrato a ancianos, para el que se acuñó en los ochenta el término elder abuse en Estados Unidos.

Mervyn Eastman publicó a principios de los ochenta sobre este problema en Reino Unido. De inmediato salió el ministro de turno a decir no, aquí de eso no tenemos. Pero claro que había. Y hay. No sólo en Inglaterra.

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Cristina Rodríguez Benito
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